lunes, 7 de octubre de 2013

Líneas blancas

Hoy, caminando entre las líneas blancas de la ciudad, todo me recordaba a ti. Todo. El sol refulgía indolente entre los dos edificios que, sentados en el viejo parque, solíamos observar. Y yo, ladrón fugitivo de miradas, arrebataba la tuya con un gesto sutil, casi tanto como el rubor que invadía tus mejillas al girarte y comprobar que no apartaba mis ojos de ti.

Hoy seguía caminando entre líneas blancas. Esas mismas líneas que un día quisimos saltar. Las líneas que dibujábamos en cada uno de nuestros viajes. Con cada una de nuestras locas ideas. Siempre ganabas tú. Daba igual. No me importaba reconocerlo, aunque, en el fondo, siempre sabías que dejaba que la derrota me acompañase. me gustaba ver ese brillo especial, ese gesto de vencedora.

Esas líneas blancas las marcaron nuestras conversaciones cada atardecer. Sobre lo humano, sobre lo divino. Sobre el sueño y el despertar. Sobre los días y sobre las noches. Jugábamos a ser ilusionistas en un tablero de ajedrez. Domadores incansables de nuevos retos.

Fotografías en escala de grises, desenfocadas. Con ojo de pez. O en gran angular. Así fue nuestra esencia. Así. Sobre un papel, en ocasiones arrugado. Deforme en su plenitud, pero lleno de contrastes. Con la tinta derramada en cada esquina, devorando ávida cada resquicio de luz. No pude escribir tu nombre.

Sí. Así fueron nuestras líneas blancas. Paralelas. Convergentes. Distintas. Las dibujamos sobre ese mismo papel que después la tinta consumió. Y no quedó rastro de ellas. Ni de ti. Ni de mí. Abandonemos esta ilusión. Vana.

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